miércoles, noviembre 19, 2008

Paciencia nomás


Ayer por la mañana viví ésto:

Iba manejando de casa hacia el trabajo por una autopista que siempre se congestiona a esa hora y el auto que venía delante de mi iba a unos 15km/h mientras que los de los otros carriles avanzaban al doble de velocidad (que, ok no es mucho, pero a primera hora de la mañana y rumbo al trabajo, cada minuto cuenta).

Para llamar su atención y ver si aceleraba un poco ya que se había hecho una cola enorme gracias a que este sujeto iba a paso de hombre (yo pensaba que era de puro distraído que no avanzaba), le hice seña de luces y ahí empezó algo que jamás hubiese imaginado.


No sólo no aceleró sino que sacó la mano por la ventana e hizo gestos acordándose de todas las féminas de mi familia... (hasta aquí, parecía una anécdota más de las miles que uno vive en las calles de cualquier gran ciudad).
Luego, creo que al ver que no respondí a ninguno de esos gestos ni volví a hacerle seña de luces, frenó de golpe con la intención de asustarme ya que, como todo el que conduce sabe, una frenada abrupta en una autopista puede ocasionar un choque en cadena.
Así fue frenando de a poquito y a cada rato por los próximos veinte metros más o menos y yo sin poder cambiar de carril ni parar del todo, precisamente para no chocarlo ni ser chocada.

Apenas se ensanchó el camino para acceder a una de las salidas, me abrí y al pasar por su costado bajé el vidrio y me desquité con un acelerado: pe-lo-tu-do (bien argentino para que le diga algo, porque si le mandaba un cojudo bien peruano, seguramente no le iba a sonar a nada).


Bueno pues, acababa de cometer un grueso error....


El hombre tomó la misma salida que yo y me siguió hasta llegar a una calle con semáforo. Bajó de su auto cual toro enfurecido y se acercó hasta mi ventanilla a los gritos (yo todo el tiempo pretendí no haberme dado cuenta de que me venía siguiendo).
Se paró allí gritando y gesticulando como loco malo y para terminar de descargar su furia, le pegó un puñetazo al vidrio que felizmente había cerrado cuando ví que se acercaba.

Al ver que no reaccioné -ni lo miré-, que el vidrio no se rompió, y seguramente sentirse más aliviado, se volvió a su auto y apenas cambió el semáforo, arrancó como cualquier hijo de vecino.


Por supuesto ninguno de los otros autos detenidos por el semáforo bajó o intentó hacer algo. Creo que ante situaciones de este tipo o peores, las personas tenemos tanto miedo de salir mal paradas que preferimos no meternos aunque sospechemos que nuestra intervención podría ayudar.


Bueno, felizmente no fue más que un susto y aunque el corazón me latía a mil por hora, poco a poco fue tranquilizándome. Para cuando llegué al trabajo ya lo había superado (al menos lo suficiente como para que no me arruinase el día).

Ya en la tarde, en casa y después de desahogarme contándoselo a Fabián, llegué a la conclusión que nunca más haré seña de luces a nadie (aunque esté en mi derecho) y que nunca más le gritaré nada a nadie ya que uno nunca sabe qué puede estar pasando por la mente de los demás.
Lamentablemente el estrés en que se vive en ciudades como Buenos Aires es alto y uno nunca sabe cómo puede reaccionar el otro o uno mismo!!, por lo cual, después de esta experiencia y otras varias de menor calibre, decimos que no queda otra que tener más PACIENCIA NOMÁS... al menos hasta que las cosas cambien o nosotros cambiemos de ciudad. Lo que suceda primero.

Hasta pronto,

Jenny



0 comentarios:

Publicar un comentario